Poesía

La poesía

1900-1970 Tradiciones del aislamiento

Luis Cortés Bargalló explica en forma sintética el surgimiento de los tres focos culturales más importantes de la Península al iniciar el siglo:

No fue sino entonces que, 25 años antes que Mexicali, Ensenada fue el traspatio de minerales y algunos productos agrícolas, y Tijuana (aunque su fundación es situada catorce años antes que la de Mexicali en 1903) debutó en el siglo XX -durante el auge agrícola mexicalense- como traspatio donde la moral puritana estadounidense amortiguaba sus tensiones (Piedra de serpiente, 40).

Francisco Bernal, ensenadense, agrupó en carpetas sus versos bajo el título de Versos diversos, que se mantuvieron inéditos hasta nuestros días. Es un poeta de un espíritu satírico, con buen sentido de la versificación tradicional y del verso libre. Sus colaboraciones poéticas y cronísticas alcanzaron popularidad en periódicos y revistas de la época como El Mercurio, Minerva, El Regional, Muralla, El Tecolote y, particularmente, Nuevo Mundo.

Pedro F. Pérez y Ramírez (1908-1988), mexicalense notable, conocido bajo el pseudónimo de Peritus. Promotor de la crónica e historia regionales. A diferencia de lo que por entonces se escribía en el estado, su poema Canto a Mexicali (1940) incorpora los elementos de la estética estridentista.

Luis Cortés Bargalló señala que un elemento catalizador de la producción poética y del humanismo fue la inmigración de refugiados republicanos españoles durante los años cuarenta:

[D]e particular importancia en el ámbito de las letras, tanto por su obra como por su labor docente, destacan los maestros Antonio Alverich y Antonio Blanco, los periodistas Gabriel Hernández Rincón e Isaac Díaz Hidalgo, el historiador y catalanista Abelardo Tona, y los escritores Alfónso Vidal y Planas, Francisco Parés Guillén, Luis de Basave y Francisco Lader, así como el librero Alfonso López Camacho.

Subrayo aquí la presencia de Alfonso Vidal y Planas, un escritor con varias decenas de obras publicadas en España y que escribió y publicó en Tijuana dos libros de poesía de tardía edición, Cirios en los rascacielos (1963) y Las hogueras del ocaso (1965). En estos libros, Vida y Planas logra conjugar un oficio consumado a lo largo de los años con la doliente realidad de un hombre aislado, perceptivo, religioso y nostálgico. Su religiosidad es la de un hombre liberal, una religiosidad manifestada fundamentalmente en su dimensión filosófica antes que en el campo de la fe. Trascendentalista, la poesía de Vidal y Planas es una poesía de valores y su axiología permea tanto forma como contenido (Piedra de serpiente, 51).

Uno de los poetas más sobresalientes de este periodo es Jesús Sansón Flores. El autor llega a Mexicali después de haber sido expulsado por razones políticas del estado de Michoacán. Le acompañó una presencia de poeta social combativo, anárquico y genial. El antimperialismo y la lucha de clases sociales son dos temas que le han dado cierto magisterio sobre las generaciones posteriores de escritores bajacalifornianos. Cortés Bargalló señala sus modelos ideológicos y poéticos: «…Mayakovsky, Brecht, Breton, Corso, Vallejo, Parta, Girondo, González Tuñón, Neruda, entre muchos otros» (Piedra de serpiente, 53).

La poesía de la Californidad

Miembros: Rubén Vizcaíno Valencia, Miguel de Anda Jacobsen, Miguel Ángel Millán Peraza, Héctor Benjamín Trujillo, Marta Luisa Melo de Remes, Víctor Manuel Peñalosa Beltrán, Olga Vicenta Díaz Castro (Sor Abeja), Valdemar Jiménez Solís y Patricio Bayardo Gómez, al lado de una buena cantidad de historiadores y periodistas (video).

Todos ellos responden a los cánones de una poesía no tradicional sino tradicionalista. Los poetas tienen diferente nivel de dominio del ejercicio poético (video). Cortés Bargalló puntualiza lo siguiente:

[L]a trayectoria de Michel Cobián, por ejemplo, expresa una clara legitimación de las formas adquiridas en evolución hacia una sustancia poética más depurada y personal. Uno de los miembros más jóvenes de esta generación, Héctor Benjamín Trujillo, estudió y cultivó a fondo las formas tradicionales, hizo patente su gusto por el Siglo de Oro y por la poesía isabelina, con el tipo de examen sistemático que requiere el escritor. Su anacronismo formal, por lo tanto, no es producto de la inercia sino de la convicción. Su propuesta vendría a ser una especie de dificultad para el estudioso de las letras bajacalifornianas. Una dificultad diferente plantea el caso de Horacio Enrique Nansen. Por un lado, comparte con Sansón Flores una de sus influencias más cercanas, una postura beligerante como periodista y como poeta; pero, por el otro, nos deja ver la llegada de una voz personal que ahonda en una vertiente filosófica-existencial que empezaba a minar y esto es el hecho más relevante, la estructura misma de sus poemas (Piedra de serpiente, 55).

Sin duda, Rubén Vizcaíno Valencia es eje y bandera no sólo de este movimiento, sino de La Californidad. El escritor fue fundador de estructuras de producción cultural y un punto de referencia para la formación de otras generaciones. Cortés Bargalló destaca sobre Vizcaíno su trayectoria y estilo literario:

[F]undador de editoriales y revistas literarias, piedra de toque para la instalación de talleres literarios, la Asociación de Escritores de Baja California, y a la larga, la propia Escuela de Humanidades de la UABC. Promotor de conferencias, lecturas, espectáculos y, sobre todo, de muchos escritores locales.

En su obra, Vizcaíno es -en el sentido que antes señalé- un «californicista» ortodoxo en lo que respecta a su poesía paisajista, heterodoxo en lo que respecta a su poesía social y a su narrativa. Muchas son las fallas y contradicciones que su temperamento sanguíneo ha dejado caer sobre sus líneas; sin embargo, no son pocas las polémicas que hasta la fecha levantan su novela Calle Revolución, el drama La madre de todos los vicios y poemas como Tijuana a Go-Go, cuyo título es calificado por Trujillo Muñoz como, «el título más kitsch de la literatura bajacaliforniana» (Piedra de serpiente, 56).

Un poeta y pintor excepcional es Juan Martínez. Tanto en vida como en obra influyó en la generación de Los Siete Poetas Jóvenes de Tijuana. Luis Cortés Bargalló reconoce las lecturas y modelos que su poesía transmitía dentro del motivo de poema como experiencia epistemológica:

[C]omo en Swedenborg, su metáfora se dilata hasta tornar la forma de una crónica celeste; como en Claudel, su paráfrasis se vuelve ígnea a fuerza de friccionar las palabras en el pulimento del sentido, como en Blake, el poema es un recuerdo vívido extraído de una memoria sempiterna. Cada poema es un elemento constitutivo y constituyente de realidad, de esa belleza bestial que el alma llama Realidad (Piedra de serpiente, 58).

Otras lecturas que compartió con sus amigos y con las generaciones posteriores fueron Ezra Pound, T. S. Elliot, Valéry, Cummings, H. Michaux, Pessoa, Trakl, Artaud, Ginsberg y G. M. Hopkins, entre otros. Algunos de estos poetas siguen ejerciendo magisterio en los poetas más recientes y en los que, aunque jóvenes, son ya figuras consolidadas, como José Javier Villarreal, traductor de Ezra Pound. La Universidad Autónoma Metropolitana publicó en 1986 un recuento de la poesía de Juan Martínez en En el valle sagrado.

Los siete poetas jóvenes de Tijuana

(Video) Sus integrantes aparecieron en la antología Siete poetas jóvenes de Tijuana, recopilada por Alfonso René Gutiérrez: Raúl Rincón Meza, Víctor Soto Ferrel, Luis Cortés Bargalló, Alfonso René Gutiérrez, Eduardo Hurtado, Ruth Vargas Leyva y Felipe Almada. También se incluye a Carlos Cota y dos escritores más jóvenes, Víctor Hugo Limón y Gilberto Zúñiga. Cortés Bargalló añade como epígonos de esta promoción a los poetas Alberto Blanco y Tomás Calvillo, quienes viajaron con frecuencia a Tijuana durante ese periodo y participaron con los miembros del grupo. Desde entonces, Alberto Blanco ha permanecido en contacto cercano con los escritores de Baja California, impartiendo talleres, colaborando en las publicaciones locales y haciendo una importante labor de traducción. Por su parte, José Vicente Anaya también buscó durante sus largas estadías en Tijuana, la cercanía y la amistad de Juan Martínez.

La poesía en la Generación de los Ochenta

Es una generación primordialmente de poetas que se fueron diversificando algunos a otros géneros.

Poetas consolidados

Trujillo Muñoz considera que debido a «ya sea por las zonas del lenguaje que su poesía explora o por el tono y la visión del mundo que ella divulga, son unos cuantos». 

Gilberto Zúñiga (Tijuana, 1955), cuya poesía primera ha sido reunida en Nightfields (1991). Poeta trascendentalista, plantea los enigmas de la naturaleza y la vida, con un tono mesurado, lo cotidiano, enfatiza lo sensorial.

Raúl Navejas (Mexicali, 1956), Palabra perdida (1984) y Los dominios del ave (1993). Es uno de los poetas de quienes Trujillo Muñoz subraya lo siguiente:

[Su] pertinaz observación de la naturaleza y sus conflictos. Navejas, sin embargo, no cifra su aventura poética en el desciframiento de los signos del mundo, sino que es, en nuestro medio, quien mejor encarna el escepticismo radical de una Cavafis o un Pessoa. Su mirada no es genésica sino que está matizada por la magia elemental y salvaje del mito mayor de nuestra época: la ciudad, con sus “residencias, almacenes y comercios”. En Navejas, las urbes contemporáneas son la mejor metáfora de la divinidad o, al menos, el sitio adecuado para las bodas entre el cielo y el infierno  (Los signos de la arena, 85).

Luz Mercedes López Barrera (Mexicali, 1956) es un caso opuesto. Su poesía, reunida en Ilbemas (1985) y en Diversas introspectiva, revistas de la entidad.

Eduardo Arellano (Zacatecas, 1959, pero radicado en Baja California desde los años ochenta), Diáspora o pasión (1985). Poeta que ensaya poemas de gran aliento tonal y temático existencial, en torno a la urbe postmoderna, la memoria ancestral de los pueblos náhuas, la búsqueda de la trascendencia espiritual, la aventura escritural; todo confrontado a la experiencia vital y cultural de la frontera. Trujillo Muñoz expone que su poesía «es una casa de miradas, un conocimiento abs tracto. Poesía mística que se aligera de lastres discursivos. Para Arellano, la poesía es impulso “hacia el gran espejo de lo vivo” (Los signos de la arena, 87)».

José Javier Villarreal (Tecate, 1959), Mar del norte (1988), La procesión (1991) y Pueriario (1994). Indudablemente, uno de los poetas más universales por la elección y tratamiento temáticos, por la sabiduría lírica que nutre sus versículos con la fuerza e intencionalidad de los poetas grecolatinos (Garcilaso de la vega, San Juan de la Cruz, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo), los norteamericanos de vuelta de siglo y los poetas neobarrocos latinoamericanos (Generación de Contemporáneos, Pablo Neruda, José Lezama Lima, Octavio Paz, Nicanor Parra y David Juerta). Es un poeta de singular maestría para manejar una gran riqueza de voces poéticas, de registros lingüísticos, al punto de que cada poemario es un experimento estético y técnico cumplido.

Angel Norzagaray (La Trinidad, Sinaloa, 1961, poeta y dramaturgo radicado en la entidad desde principios de los años ochenta), Trovargo (1988) y En la madre, bohemios (1991). Su poesía tiene a la voz poética de protagonista y a veces de comparsa, dramático, realista y picaresco.

Juan Antonio Di Bella (Ensenada, 1961) poeta de La Frontera. Al igual que Villarreal, Di Bella estaba liberado del compromiso del testimonio social y de la mediatez de la lengua y la experiencia individual. Trujillo Muñoz afirma lo siguiente:

[L]a frontera es, en sus versos, un estado de ánimo, una manera de vivir lo cotidiano. Plena de humor, como la de Norzagraray, difiere de ésta en que Di Bella no busca la burla, la parodia o el texto que dé pie al escándalo. Su apuesta es más arriesgada y menos condescendiente: en su poesía la frontera es un sitio de prueba de la condición humana, un espacio libertario donde cada quien puede hallar el tesoro oculto de sus propios sueños y terrores, la aventura personal al mismo tiempo heroica y carnavalesca (Los signos de la arena, 88).

Gloria Ortiz (Manzanillo, 1943-Ensenada, 1994), La soledad es un espejo (1993). Trujillo Muñoz la estudia como una «poesía profunda, religiosa, metafísica, trascendentalista».

Muchos de los personajes de sus textos son figuras reconocidas (Medea, Alfonsina Storni, Remedios Varo), incluso legendarias, arquetipos de la mujer que navega a contracorriente, que es ella misma a pesar de todo. En el caso de Gloria, la muerte ES presentida, anunciada, compañera por años, amiga y confidente. Por eso, La soledad es un espejo que representa a una corriente importantísima de la literatura bajacaliforniana. En ella incluye a poetas como Estela Alicia López Lomas, María Ediria Gómez y Elizabeth Cazzesús, una escuela que apuesta por el verso visionario, por la espiritualidad versificada. Oración y plegaria, letanía y monodia, esta poesía se interroga sobre el fin último del hombre.

Heredera de Sor Juana Inés de la Cruz,  Concha Urquiza, Nortes (1994), Carlos Gutiérrez Vidal (Mexicali, 1974), ha renunciado al refugiarse bajo el tema de la frontera. Es su segundo poemario, creación poética se presenta como una estructura fragmentaria, un videoclip de la conciencia. En estos poemas las imágenes brincan sin lógica de una escena a otra con un ritmo trepidante. Estética del balbuceo, grafitti a medio terminar, versos que chocan entre si para crear chispazos de iluminación. Poesía de una generación desencantada, que vive la crisis del país como si estuviera contemplando un televisor prendido en un canal equivocado. Poesía de la estática, del trance colectivo, de la transa cotidiana. Su mensaje no pasa por la política sino por las palabras que mienten. Nada es seguro. Nada es permanente. La relatividad llevada hasta sus últimas consecuencias. Gutiérrez Vidal ha escrito, como pocos poetas mexicanos, un manifiesto del no deseo, una proclama de la no responsabilidad, la crónica del rebelde cuya causa es no rebelarse, no revelarse. Hermetismo verbal, simbolismo perfecto.

Jorge Ruiz Dueñas (Guadalajara, 1946) pasó su niñez y juventud en Ensenada. Su obra poética inicia con Espigas abiertas (1968) y continúa con Tierrafinal (1980), El pescador del sueño (1981), Tornaviaje (1984), Tiempo de ballenas (1990) y Habitaré tu nombre (1997). Trujillo Muñoz subraya unos matices sobre El desierto jubiloso

[P]ara nuestro autor, el desierto es historia y olvido a un mismo tiempo, espejo precario de la condición humana. En él se dibujan y se borran los trabajos que el hombre emprende, las hazañas que cuenta, las mil y una historia que hacen la vida llevadera y sorprendente. El desierto es el espejo diamantino donde las obras de la civilización se erosionan hasta volverse polvo, pero también allí, entre las dunas interminables, se edifican los templos (Literatura bajacaliforniana del siglo XX, 85).

Sergio Romel (Tecate, 1964), Poemas (1983), una de las voces más intensas de la poesía bajacaliforniana. En una primera etapa, sus poemas fueron manifiestos apocalípticos de la civilización humana. Más tarde, su obra ha ido atenuando su entonación apocalíptica y su expresión epifánica.

Oscar Hernández (1955), Nubes (1993), No llores por mí Mexicali (1992), Patricia Vega (Tijuana, 1957), Todas mis amigas son poetas (1983).

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[i].”Su poesía reúne al aforismo semántico con la estoica elegía para revelarnos” los misterios cotidianos de la vida social, familiar.

[ii]. Mucho le debe a la tradición poética anglosajona (Yeats, Eliot, Pound). Es una red de significaciones dibujada sobre la historia y la mitología grecolatinas.